En el valle de Tessaut, en el entorno del río homónimo, el programa Bicis para la Vida trabaja con el objetivo firme, directo y sincero de cumplir con lo que su propio nombre esboza. Durante el último año, en varias aldeas de este recóndito valle se han recibido casi un centenar de bicicletas fruto de esta iniciativa que promueven conjuntamente la Fundación Alberto Contador, la Fundación Ananta y la Fundación Seur. Su objetivo es simple y se han podido beneficiar de él en los enclaves de Taghoute, de Azzarzan, de Agenso y de Ait Hamza: captar y recoger bicicletas desechadas o en desuso, en algún caso incluso destinada a la basura, para repararlas y darles una nueva vida entregándolas a colectivos con problemas de exclusión social o, tal es el caso, a comunidades aisladas en países en vías de desarrollo.
“Para la Fundación Alberto Contador Bicis para la Vida es un proyecto clave, una demostración del compromiso que tiene con la sociedad. Tenemos muchos proyectos relacionados con el ciclismo y el fomento del uso de la bicicleta, y todos ellos aferrados al lema que proclama Alberto muchas veces: ‘Queremos devolverle al ciclismo todo lo que el ciclismo ha hecho por nosotros’. Pero en Bicis para la Vida ya no se trata solo del compromiso con el ciclismo, sino con la sociedad. Y dentro de ésta, con los colectivos más desfavorecidos”, indica Paco Romero, responsable del proyecto dentro de la Fundación Alberto Contador.
La reparación, que hasta ahora ha contado con la fundamental aportación de la Asociación de Minusválidos de Pinto en las labores de taller, o la entrega son dos pasos tan necesarios como también lo es el control de un correcto uso de las monturas. A través de la Fundación Geoda, que viene trabajando en programas de desarrollo en estos enclaves, se supervisa no sólo el correcto uso de las bicis, sino también su óptimo mantenimiento. Bicis para la Vida estimula los cuidados formando a una persona de cada aldea en esas destrezas. Y los niños, con esas bicis, tienen a su disposición un medio para acercarse a la escuela. Los niños y también algún mayor.
Recientemente el programa ha realizado una entrega de nuevas bicis. Una treintena. Todo un acontecimiento para las poblaciones. Y una peripecia. Hasta tres días tardará en llegar el camión que las transporta desde Pinto (Madrid) y que, cruzado el estrecho, retoma su ruta en Nador. En Azzarzan se revolucionó la vida local, con toda la chavalería entusiasmada. Es una fiesta. Una improvisada fiesta. La fiesta de la pikala. “Pikala”, en el habla tamazight, viene a significar “bicicleta”. Y los más pequeños corean la buena nueva. Sí, Azzarzan es una fiesta. “Todos juntos niños, mayores y voluntarios solidarios vivimos la experiencia de compartir su realidad cotidiana: ir al cole rodeando los perfiles escarpados de las montañas que salen desde Azzarzan para llegar a la escuela, encarando cuestas interminables y curvas cerradas con las bicis que aliviarán este recorrido a los más pequeños y darán soporte a los mayores para sus tareas diarias”, evoca Susana Pato.
“Queríamos comprobar el estado de las bicicletas, ver el uso que se estaba haciendo de las mismas y analizar posibles necesidades de cara a las entregas de un futuro cercano. Pero al final este viaje acabó convirtiéndose en una experiencia vital por el hecho de ver in situ cómo esta ayuda contribuye a mejorar la vida de colectivos sin recursos. Es increíble ver la cara de felicidad de esos niños montando en sus bicis. Su mejor compañero eres tú y la amistad que le ofreces”, explica por su parte Paco Romero.
“Todos quieren pedalear, a veces sin llegar al sillín… incluso sin saber montar. Pero la emoción mueve al ser humano. En ese instante queda muy lejos el tiempo que has dedicado en identificar las bicis, arreglando los pedales, los sillines y los frenos; o acomodándolas en el camión. Ni siquiera recuerdas las horas pasadas en una furgoneta destartalada, compartida con gente, animales y víveres, que entran al valle como único nexo entre la civilización y las gentes que viven en un rincón del gran atlas marroquí, arropados con enormes rocas de tierra roja, ovejas, leña y el río Tessaut”, explica Paco.
“El fin de fiesta”, concluye Romero, “fue la ruta en bicicleta que hicimos por los caminos que conectan varios pueblos del valle, una salida en bici en compañía de decenas de niños e incluso de algún adulto que se incorporó. Aquel día nadie disputaba una etapa del Giro de Italia, pero la emoción e ilusión con la que esos chicos montaban sus bicicletas y ascendían esos repechos no tenían nada que envidiar a los ascensos de cualquier etapa del Giro… Y es que para nosotros no hay nada más bonito que poder conectar niños y bicicletas”.