La religión más ruidosa de Bélgica
El silencio no ocupó ningún espacio en el circuito de Zonhoven veinticuatro horas después de visitar el Sven Nys Cycling Centre, cuando miles de gargantas sedientas de ciclocross se citaron para gritar y animar sin descanso y cada vez más fuerte en la segunda prueba del Hanshgrohe Superprestige. Una abismal diferencia en el ambiente, pero con un único espíritu de vivir este deporte belga de masas.
El ciclocross en Bélgica, más allá de su sucesión de sonidos, es más que un buen plan de domingo para toda la familia. Es como una religión, aunque esto último suene a un tópico demasiado utilizado. Un día de carreras en una prueba Superprestigio –extensible también a una cita de la Copa del Mundo- reúne a todos sus protagonistas desde primera hora de la mañana.
Autocaravanas propias de cada participante sea cual sea su estatus, llamativos coches y camiones de los equipos más poderosos, mecánicos que ponen a punto cada bicicleta y la escasa presión que necesitan las ruedas y lo más convencional y hasta necesario para entender todo esto un poco mejor: centenares de pares de botas de agua y litros de cerveza para los espectadores más avanzados.
El pasado domingo 16 de octubre amaneció muy soleado sobre Zonhoven, tal vez demasiado, “como un día español” según nuestro veterano colega Frans Van Ingelgem. El barro es la materia prima del ciclocross y tanto De Kuil como las zonas más técnicas del circuito no tenían pues esos componentes de épica tan necesarios.
La ausencia de barro no privó al evento de pasión ni por supuesto de emoción hasta los últimos metros, aunque esta fiesta hubiera sido aún más perfecta si el terreno hubiera mutado a marrón oscuro casi negro. Tal vez así y rebozado de ese color, el desplome en el suelo de Mathieu Van der Poel tras su victoria hubiera sido aún más dramática y, también, tal vez así el maillot arcoíris de Wout Van Aert se hubiera teñido de un poco más de épica cuando lo dio absolutamente todo en las dos vueltas finales.
Un anfitrión de lujo
Pero esto sólo fue el final. Nuestro domingo comenzó en la zona reservada al equipo Marlux-Napoleon Games, nuestro anfitrión en este Hansgrohe Superprestige Zonhoven. Allí pudimos conocer al actual campeón del mundo sub23, Eli Iserbyt, y ver de cerca a otros corredores top como Kevin Pauwels y Klaas Vantornout. Y allí pudimos preguntar al relaciones públicas de Ridley y de este equipo, Maarten Desair, por qué este deporte es capaz de movilizar a tanta gente en Bélgica: “Mira a tu alrededor. Es un plan de domingo para toda la familia. Además ahora no hay carreras de carretera y esta gente necesita ciclismo igualmente”.
Cierto. Familias enteras que puedan acercarse sin ninguna barrera a ver cómo calientan sus ídolos y que incluso pueden –aunque no deban- tocarles en plena carrera o gritarles al oído cuando pasan a escasos centímetros de ellos. Y todo esto, con el valor añadido de que les ven pasar varias veces durante al menos una hora, y no unos escasos segundos como en el ciclismo de ruta. Pagar una entrada (12 euros y los niños menores de 12 años gratis) trae incluidas todas estas ventajas.
Otra pregunta que conviene hacerse es por qué aparentemente el ciclocross es un deporte y casi un pensamiento reservado a multitudes belgas (flamencas en su gran mayoría) y en menor medida a holandeses. La primera respuesta la encontramos en la lista de inscritos de las cuatro categorías de un Superprestigio: abrumadora mayoría belga, sin discusión. Pero también hay pequeñas pistas de que es una disciplina que se está extendiendo. Por ejemplo, el prometedor sub23 checo Adam Toupalik, una logística y una presencia más que notable del equipo de Estados Unidos y durante ese mismo fin de semana, una victoria británica en categoría junior con Thomas Pidcock y un podio en féminas con el tercer puesto de Nikki Brammeier.
La puerta a la expansión que traspase definitivamente estas fronteras clásicas parece abrirse, como también demostraron este y cada domingo el campeón español Javier Ruiz de Larrinaga junto a Kevin Suárez y también Felipe Orts, sexto en el último Mundial sub23 y que pedalea encima de una Ridley.
La jornada acabó con ese sprint final de Mathieu Van der Poel sobre el actual campeón del mundo Wout Van Aert. En las dos vueltas finales fue cuando la grada improvisada de De Kuil más rugió para animarles, pero si el ciclocross se define por esa sucesión de sonidos, hubo uno especialmente pasional. Cuando en las pantallas gigantes del circuito o en las televisiones del palco VIP se resolvía el sprint final del Mundial de Doha.
Por unos segundos y cuando Tom Boonen se lanzó con todo a por el arcoíris, el rugido fue unánime, pese a que acabó golpeado y silenciado por la aparición de Peter Sagan. No pudo cumplirse el deseo de las 50.000 almas presentes, como tampoco la predicción de Christophe Impens, el director de Golazo Sports, la empresa organizadora de este y otros grandes eventos deportivos. Él apostó por Greg Van Avermaet en Catar y que la fiesta siguiera a continuación en Zonhoven. Y en efecto, la fiesta no se detuvo ni aun cuando ganó el holandés Van der Poel.
Porque el ciclocross, la cerveza y el buen ambiente no se detienen hasta última hora de un domingo cualquiera. Hasta el siguiente.
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