El momento de la generación intermedia
El ciclismo español centra sus mayores éxitos desde hace más de una década en muy pocos corredores, una generación única de la que ya hemos hablado en diversos análisis de la situación actual de este deporte en nuestro país. Asimismo, meses atrás presentamos con nombres y apellidos a los jóvenes valores llamados a tomar su relevo en un futuro tan cercano que, a veces, confundimos incluso con el presente. ¿Pero qué sucede con el vacío generacional que se presenta entre estos dos bloque de ciclistas? La respuesta también la ofrecen deportistas concretos, tangibles en el apogeo de su carrera o acercándose de forma acelerada a este punto.
Como siempre, comenzamos delimitando la época en la que centramos nuestro estudio: ciclistas nacidos entre 1987 y 1991, con la excepción de Carlos Verona (1992), al que decidimos incluir en este grupo por su dilatada trayectoria entre profesionales a pesar de su juventud. De todos, destacamos a trece corredores World Tour, los ciclistas llamados a llevar el peso de nuestro ciclismo a la retirada de los Valverde, Contador y compañía antes de la llegada de los Soler, Mas, García Cortina o Rosón (asumiendo la posibilidad real de que ese momento se solape).
Hablamos de Mikel Landa; buque insignia de este colectivo tan heterogéneo tras su extraordinario Tour de Francia, Ion Izagirre, David De la Cruz, Rubén Fernández, Jonathan Castroviejo, Carlos Barbero, Gorka Izagirre, Juanjo Lobato, Jesús Herrada, Pello Bilbao, Omar Fraile, Rafa Valls y el ya mencionado Carlos Verona.
Todos excepto el benjamín cuentan con victorias en profesionales y todos han ofrecido motivos más o menos sólidos a lo largo de su carrera para hacernos creer que el ciclismo profesional español seguirá siendo protagonista años allá de la marcha de los irrepetibles. ¿Un dato para empezar? Sólo cuatro estuvieron en la línea de salida del Tour de Francia, siendo la presencia de Ion Izagirre tan testimonial como breve.
Por resultados, el nombre de moda en el ciclismo español es el de Mikel Landa Meana (1987), una de las sensaciones del reciente Tour, poco después de animar las etapas de montaña del Giro de Italia con sus continuas fugas y su triunfo en Piancavallo. Un escalador vieja escuela de los que escasean a nivel global, de aquéllos que enganchan tanto a aficionados fieles como esporádicos, capaces de justificar por sí solos una tarde de ciclismo frente al sofá en una soleada tarde de verano.
El alavés representa el ciclismo que más se reclama en España, el de demarrajes, montaña, desparpajo y descaro. Cumplirá 28 en diciembre y lo hará, previsiblemente, listo para enfundar en tres días los colores de su nuevo maillot, el que tiene que llevarle por fin en solitario al liderato de una Gran Vuelta por etapas. Entonces, deberá demostrar con galones que puede luchar por lo más alto de un podio en las carreras que mejor se adaptan a sus condiciones.
Acaparando menos titulares, otros dos escaladores nacionales asoman junto a Landa entre los candidatos a brillar en las tres semanas en el futuro cercano, puede, por qué no, que en la próxima Vuelta a España. Hablamos de Rubén Fernández (1991) y de David De la Cruz (1989), quienes por diversos motivos no pudieron estar en el pasado Tour y a los que ahora se presenta la oportunidad de liderar potentes equipos en la ronda española.
Para el murciano ha sido un 2017 complicado, afectado por la dura caída en pretemporada que le mantuvo parado gran parte del invierno, lo que le acabó dejando a las puertas de su primera Grande Bouclé. Ese revés, unido a la caída de su amigo y compañero Alejandro Valverde, le ofrece ahora la ocasión de liderar a Movistar Team en una gran carrera de la que ya fue maillot rojo el pasado año y en la que anduvo cerca del triunfo de etapa.
Mejor le ha ido el curso al ciclista catalán de QuickStep, ganador de dos grandes jornadas en París Niza y Vuelta al País Vasco, cuarto en la general de la ronda vasca y fuera del Tour por una pulmonía que primero le dejó sin competir en California y después lastró su acercamiento a la prueba francesa.
Todos conocemos su historia, la del ciclista que comenzó tarde en este deporte, que ha crecido paso a paso desde Caja Rural pasando por NetApp hasta la corte de Patrick Lefevere y que ya el pasado año dejó destellos de su clase en la Vuelta con su victoria en el Alto del Naranco y su séptimo puesto final. La palabra que mejor le define sería “progresión”.
Podríamos incluir a Ion Izagirre (1989) en el grupo anterior pero no resultaría justo. El guipuzcoano se trata de un corredor diferente que, a pesar de ganar la gran etapa de Morzine en el Tour 2016, ha ofrecido su mejor versión en las vueltas de una semana del calendario World Tour, allá donde siempre quiso dejar su impronta, tal y como él mismo ha reconocido en repetidas ocasiones. Ganador del Tour de Polonia, de etapas en Vuelta a Suiza y Romandía, podio en la general de ambas carreras suizas, vencedor también en el Giro de Italia, contrarrelojista, bajador, hábil sobre la bicicleta…
Un dechado de virtudes al que necesidades de su equipo le obligaron a presentarse de líder a un Tour de Francia en el que no llegó a cruzar línea de meta alguna. Si aquella maldita curva se lo hubiera permitido, quizá habríamos descubierto una nueva faceta en la figura deportiva de Ion Izagirre pero, por el momento, su futuro parece encaminado al espectáculo en los 5-7 días, y también en las clásicas, quinto en la Lieja-Bastoña-Lieja.
Como espectaculares resultaron los triunfos de su hermano Gorka Izagirre (1987) y de Omar Fraile (1990) en el pasado Giro de Italia, ciclistas aguerridos, todoterreno y abnegados en el trabajo cuando se requiere.
Gorka ha respondido con nota cuando le ha correspondido la jefatura en su equipo, como prueba su segundo puesto en la primera llegada en alto en el Tour Down Under, su cuarto puesto en París-Niza esta temporada, su triunfo en Amorebieta o el ya mentado éxito en Peschici en la corsa rosa. Ha mejorado sus dotes contra el crono y, como su hermano, podría enfocar hacia miras ambiciosas en las carreras World Tour de una semana.
Por edad, parece que todavía no hemos descubierto la mejor versión de Omar Fraile, un corredor que ha mantenido una progresión lineal y meritoria durante las últimas campañas. El vizcaíno ha cumplido con nota en sus principales objetivos de cada año, con descaro e inteligencia, dejando siempre alguna exhibición de las que agradecen público y patrocinadores. Su encadenado Lieja-Yorkshire-Giro prueba además que se trata de un deportista maduro, capaz de añadir a su carrera otro salto cualitativo.
Los problemas físicos parecen evitar de momento ese salto en el caso del escalador Rafa Valls (1987). El alicantino se quedó fuera de la Vuelta de 2016 tras encadenar una lesión en el hombro, antes del Campeonato de España disputado en su tierra, con otra pequeña fractura en la pelvis a su regreso en Polonia. Su buen inicio de temporada en Australia y su Top 10 en Dauphiné invitan a ser optimistas ante su gran reto del año en la gran ronda española.
Allí estará también, previsiblemente, Carlos Verona (1992); serio, metódico, adulto, creciendo desde sus primeros pasos como profesional en Burgos. No conocemos su techo, aunque el octavo lugar en la última Volta a Catalunya sugiere que sigue sin alcanzarlo. Además, su potencial se desarrolla en bloques multiculturales y enriquecedores como QuickStep u Orica, donde Verona ha descubierto visiones diferentes, y a buen seguro útiles en su carrera, de este deporte.
Poca presentación necesita Jonathan Castroviejo (1987), uno de los mejores contrarrelojistas a nivel global de las últimas temporadas como resuelven su maillot de campeón europeo o su medalla en Doha y, además, uno de los gregarios mejor valorados por su trabajo en favor de sus líderes. La ausencia de Alejandro Valverde y el estado de forma de Nairo Quintana limitaron sus labores en el Tour de Francia. Los equipos punteros lo saben, por lo que no le faltan ofertas interesantes de cara al próximo año.
Tampoco ha sido el Tour de su compañero Jesús Herrada (1990), lastrado por una caída que le dejó al límite del abandono. El conquense, doble campeón de España, pudo seguir en carrera y, aunque consiguió filtrarse en diversas fugas, no encontró el golpe de pedal necesario para luchar por una victoria. Un ciclista muy completo, que pasa la montaña y dispone de una interesante punta de velocidad para resolver en fugas, del que se confía que continúe evolucionando habida cuenta de su historial.
Si nos centramos en la velocidad, nadie ha tomado el testigo dejado por Óscar Freire tras su retirada, aunque el reto de relevar al triple campeón del mundo se antojaba casi imposible. Juanjo Lobato (1988) y Carlos Barbero (1991) son actualmente nuestros dos velocistas WorldTour, si bien ambos no encajan en la categoría de sprinter puro.
El andaluz de Trebujena no ha tenido el mejor estreno en LottoNL-Jumbo. Destellos en Dubái y un segundo puesto en la última etapa de Madrid reflejan escaso bagaje para un corredor que por condiciones y antecedentes, como su cuarto puesto en San Remo, aspira a cotas mayores. ¿Quizá en la Vuelta?
Su sustituto en Movistar ha sido el burgalés Barbero, ganador esta temporada de la general de Alentejo y de etapas en Madrid y Castilla y León, cumpliendo así con el propósito de su fichaje.
El grupo lo completa Pello Bilbao (1990), quien después de tres buenos años en Caja Rural-Seguros RGA ha vuelto al WorldTour tras su llegada a Astana. Otro ciclista combativo, capaz de adaptarse a un amplio abanico de terrenos, con opción de luchar por triunfos y de trabajar para los jefes de filas. Asentado en su nuevo equipo, su segunda mitad de campaña ofrece bonitas oportunidades a alguien que, aunque le han ido mejor las pruebas de un día que las Grandes Vueltas, siempre ha quedado cerca de un triunfo en sus participaciones en carreras de tres semanas.
La puerta de Caja Rural-Seguros RGA
La falta de equipos profesionales en España se nota de forma más alarmante en el segundo escalón del pelotón internacional. La soledad de Caja Rural-Seguros RGA limita el paso de corredores a la categoría, cortando o evitando incluso la progresión de muchos ciclistas que por resultados merecen el billete a este nivel antes de probar suerte en el World Tour.
Gracias a los navarros, muchos ciclistas, que de otro modo habrían visto comprometida su continuidad en el ciclismo, disponen o han dispuesto de una oportunidad que les ha valido para hacerse un hueco en la élite. De hecho, de los trece nombrados arriba no son pocos los que cuentan con pasado en el cuadro de la espiga: David De la Cruz, Rubén Fernández, Carlos Barbero, Jesús Herrada, Pello Bilbao y Omar Fraile.
Diego Rubio (1991), Lluis Mas (1989), Eduard Prades (1987) o Toni Molina (1991) disfrutan ahora de esa oportunidad tras varias temporadas en Continental en el caso de los tres primeros o de ascender directamente de su formación amateur en el del escalador alicantino, sin suerte por las lesiones las dos últimas temporadas.
También pasaron por esta casa el cántabro Ángel Madrazo (1988) o el catalán Jordi Simón (1990), al que los problemas de su equipo, el Funvic brasileño, están dejando prácticamente sin competir en lo que llevamos de 2017, y al que solo le falta suerte para encontrar un equipo a la altura de su sacrificio e indiscutible calidad.
Cerramos el repaso con otro grupo de corredores en esta franja de edad desplazado a la categoría Continental, con limitaciones para desarrollar su potencial en algunos casos y que por ello necesitaría el paso a una división superior para no cercenar su evolución.
Nos referimos a Gari Bravo, Salva Guardiola, Vicente García de Mateos, Pablo Torres, Ibai Salas, Albert Torres, Mikel Bizkarra o Jon Aberasturi. Por cualidades, resultados, trabajo y evolución lo merecen, algunos lo conseguirán con seguridad, pero la falta de equipos en España (que no en el pelotón internacional) complica el avance de todos.