La retirada definitiva de Joaquim Rodríguez deja en el pelotón un hueco irrepetible de un ciclista diferente, deportiva y mediáticamente, recordado en positivo a pesar de coleccionar casi tantas derrotas sonadas como triunfos de primer nivel.
Como aquel gamberro de la clase que se hace mayor y asume sus responsabilidades sin perder la picardía, Joaquim Rodríguez (Parets del Vallès, 12 de mayo de 1979) se ha paseado 16 años por el pelotón ciclista internacional siendo el Purito, el apodo que se ganó haciendo el juguetón que nunca ha dejado de ser en su primera concentración con la todopoderosa ONCE, con la que pasó a profesionales. Y más de la mitad de esos años los ha pasado siendo de los mejores ciclistas del mundo.
El catalán anunció el pasado viernes, a sus 37 años, que no volvería a subirse a una bicicleta como corredor profesional a pesar de tener ficha en el nuevo Bahrain-Merida para poder participar en las mejores pruebas del mundo, donde ha estado omnipresente en los primeros puestos durante los últimos años. Con ellos seguirá trabajando como asesor, como mínimo, en los próximos tres años.
Pero el catalán hubiera preferido no alargar esa decisión y poder cerrar su etapa competitiva como él había planificado: anunciándolo en el Tour de Francia y acabando con un buen nivel en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, donde sumó una quinta posición final.
Sin embargo, la presión del equipo Katusha, donde había pasado los mejores siete años de su carrera y donde le habían permitido ser el líder que él sabía ser, le llevó a ponerse de nuevo un dorsal cuando él había desconectado y dejado de entrenar. Y acabar su carrera abandonando en el Giro de Lombardía, el Monumento ciclista que le ha visto consolidarse como un rematador en grandes escenarios (ganador en 2012 y 2013), no es agradable para alguien que valora los pasos conseguidos como lo ha hecho Purito, un ejemplo de carisma pero también de trabajo e ideas claras.
Como la apuesta de irse a vivir a Andorra después de ver que, al entrenar una temporada allí con Xavier Florencio (ahora director del Team Katusha), había mejorado su capacidad de escalada en puertos largos de manera notable. El escalador explosivo que nunca ha dejado de ser, y que siempre ha sido su mejor arma, un día decidió que podía aspirar a las grandes vueltas. Se fue lejos del ciclismo español en el que siempre había corrido (3 años en ONCE, 2 en Saunier Duval y 4 en el Caisse d’Epargne, como gregario de lujo de Alejandro Valverde), a un equipo ruso, para poder debutar en el Tour de Francia. Y su primera participación en 2010 ya le dio la razón: top 10 y ganador de etapa. La primera piedra de un recorrido de 13 etapas y 4 podios en las tres grandes (2º en el Giro d’Italia 2012, 3º en el Tour de 2013 y 3º y 2º en las Vueltas a España de 2012 y 2015) que nadie hubiera imaginado al comenzar su trayectoria.
Y, a pesar de ello, han quedado más en el imaginario colectivo esas oportunidades perdidas. Especialmente las de aquel 2012 sin cadena, en el que venía de llevarse su primera gran clásica en la Flecha Valona, y donde se encontró, primero con un rocoso Ryder Hesjedal que le birló la maglia rosa del Giro en la crono del último día. Pero, sobre todo, en una Vuelta a España que tenía en la mano después de tres victorias de etapa y a la que Alberto Contador le dio la vuelta camino de Fuente Dé.
Sin embargo, aquel mismo día, Purito hizo uno de aquellos gestos que le han hecho ganarse el cariño de la afición y todo el mundillo, además con una lucidez admirable estando en caliente. “Al final, hoy hemos hecho historia, y formar parte de esta historia le hace grande a uno”, declaró ante las cámaras de Televisión Española nada más acabar la etapa y haber perdido el liderato.
Y, efectivamente, Joaquim Rodríguez deja el ciclismo de carretera habiendo pasado a la historia. En primer lugar, por retirarse con uno de los palmarés más completos de la historia del ciclismo español, a pesar de haberse visto eclipsado a veces por unos compañeros de generación, Alberto Contador o Alejandro Valverde.
Pero, sobre todo, queda la leyenda jornada tanto de aquel saber estar en una de las mayores desilusiones su carrera como de las lágrimas en el podio de de Florencia 2013, sabiendo que se le acababa de escapar un oro en un Mundial que ya visualizaba a dos kilómetros de la llegada.
La leyenda del campeón honesto, que vence y que pierde, y que ríe y que llora. No solamente ante los fracasos deportivos sino por la emoción, como en la primera jornada de descanso de su último Tour, cuando el locuaz veterano se quedaba sin palabras para despedirse de un ciclismo que, decía, se lo ha dado “todo en la vida”, y que ahora le echará de menos en las carreteras… si no fuera porque a un apasionado como él, no se le perderá de vista nunca.
Bahrain Merida: Nibali, Izagirre, Visconti… ¡y Purito!